¿Cuántas veces te ha pasado que estás en una sala llena de gente, de repente bostezas y a los pocos segundos empieza a bostezar la gente a tu alrededor? ¿O quién no ha jugado alguna vez a fingir un bostezo y pegárselo a la persona que tienes enfrente?
Pues sí, hoy el tema va de bostezos, y estando a principios de semana, sin duda es un tema que nos toca de cerca. Y es que nos basta con solo pensar en un buen bostezo para que nos entren ganas de bostezar… ¡No os podéis imaginar la cantidad de bostezos que he tenido mientras escribía y maquetaba esta entrada!
Pero lo que seguro que no sabéis es que algo tan cotidiano como un bostezo es un gran enigma para la ciencia.
Una posible definición de bostezo podría ser «acción incontrolada de abrir la boca, con separación muy amplia de las mandíbulas, para realizar una inspiración profunda a la que sigue una espiración». A eso hay que añadir que durante el bostezo estiramos todos los músculos faciales, se cierran o entornan los ojos, se lagrimea, se saliva y se abren las trompas de Eustaquio del oído medio además de otras múltiples acciones cardiovasculares, neuromusculares y respiratorias. Los bostezos duran entre 4 y 7 segundos, y se pueden dividir en dos tipos, espontáneos y por contagio. ¿Qué os parece? Complejo ¿no?
Además de todo lo anterior, cabe resaltar que los bostezos no son comportamientos exclusivamente humanos, sino que hay una amplia representación de este reflejo dentro de los vertebrados. Un dato sorprendente, al menos para mí, es que se ha descrito su aparición a partir de las 12 semanas de vida intrauterina ¡Los fetos también bostezan!
Pero… ¿Por qué bostezamos?
Existen diversos procesos fisiológicos que pueden provocar un bostezo, como por ejemplo el despertar, el adormecimiento, el aburrimiento, el hambre y los conflictos emocionales. Además el bostezo se ha relacionado con diversas enfermedades neurobiológicas y con el consumo de drogas.
Hasta ahí, todo bien, casi todos hemos relacionado alguna de estas acciones con un buen bostezo. Sin embargo, si vamos un paso más allá, ahí ya vienen las incógnitas, porque… ¿qué tiene que ver un bostezo con el hambre o con el sueño? ¿Porqué mi cuerpo responde así antes estas situaciones?
He ahí el misterio, aún no ha habido nadie que haya conseguido resolver de una manera absoluta este enigma. Sin embargo, un comportamiento tan extendido entre los vertebrados que comienza en un estado de desarrollo tan temprano no puede ser una casualidad ¿no creéis?
Pues vamos a ver unas cuantas teorías que intentan explicar el sentido de los bostezos:
Teoría Fisiológica
Esta teoría defiende la idea de que el bostezo se produce cuando la sangre o la oxigenación del cerebro no es la suficiente. Sin embargo, como nosotros mismos podemos comprobar, cuando hacemos ejercicio, y por lo tanto, necesitamos un aporte más elevado de oxígeno, no se aumenta la frecuencia de los bostezos.
Teoría de la Excitación
Una de las teorías defendidas por varios psicólogos, entre los que destaca Robert Provine. En ella se defiende la idea de que el significado de bostezar es el de «alertar» cuando perdemos la atención. De ahí que los bostezos ocurran con mayor frecuencia antes y después de dormir.
Teoría de la Somnolencia
Al contrario de lo que defiende la teoría anterior, hay autores que defienden la idea de que el bostezo reduce el nivel de excitación, en vez de aumentarlo. Esta teoría defiende que si el bostezo continua con un proceso de vigilia, podría ser el comienzo de ese estado de relajación. Se afirma además, que las mascotas bostezan para tranquilizar a un amo nervioso. (He de apuntar que como dueña de perretes desde hace casi 9 años, nunca he sentido que mis perros bostecen cuando estoy nerviosa… ¡Ahí os dejo mi aporte empírico de la materia!).
Teoría de la termorregulación
Esta teoría defiende que el bostezo es un mecanismo de termorregulación del cerebro, es decir, el bostezo es una estrategia para enfriar el cerebro. Esta teoría ha sido probada en 2014 en un importante estudio en Viena (os dejo el enlace para que le echéis un vistazo). Además, esta teoría se apoya también en que en enfermedades neurológicas donde existen alteraciones de la termorregulación, la frecuencia de los bostezos aumenta o disminuye. Un ejemplo es la enfermedad de Parkinson donde un problema en la regulación de la temperatura produce una disminución de la frecuencia de los bostezos.
Teoría social
¿Os acordáis del artículo sobre las neuronas espejo? Pues este es un claro ejemplo de cómo actúa este sistema. El bostezo tiene un efecto de contagio muy rápido. Existen estudios que defienden que este contagio depende además del nivel de empatía y de la conducta social que existe entre el grupo de personas. Se ha comprobado que en pacientes que sufren un trastorno que afecta a su nivel de empatía, como por ejemplo, el autismo existe una reducción de la susceptibilidad al contagio de los bostezo. En 2011 se publicó un estudio muy curioso donde observaron que la probabilidad de contagio del bostezo es mayor entre miembros de la misma familia que entre extraños.
Por lo tanto, cabe resaltar que aún no existe una teoría absoluta que explique el porqué de la acción de «bostezar». Sin embargo, todo parece indicar que es un gesto asociado a la conexión social entre individuos.